jueves, 7 de enero de 2016

Al buen Wars




No recuerdo cuando empezó, confundo la primera imagen, pudo ser de Yoda... yo pasaba por allí, me pilló de sorpresa. Una puerta romboide se abrió en mi cerebro y con un solo fotograma entendí que me iba a convertir en un puto nerd de por vida, todo por no perder detalle.


 Una nota de John Williams, un láser verde, un ave de Dagobah, gritar ‘¡Utinni!’, o ver dos soles con tu viejo kimono de Judo saca de la penumbra a cualquiera. Ver estas películas enfadado está prohibido, todo lo que las rodea es una vida regalada, algo que no esperábamos pero que siempre está ahí: estimulando, creciendo, uniendo generaciones, generando fuerza. Hablar de ‘Star Wars’ con alguien dispuesto a analizar pormenores de la saga, dilata las pupilas y nos pone una galaxia muy lejana a tiro. Es como ver Marruecos desde Málaga, algo apetecible, cercano ,ilusorio... un recorrido imposible, un viaje en toda regla capaz de hacer creer que una moda estúpida encubre algo interesante sin que nadie pueda remediarlo.

Todo empezó con George Lucas, un señor que a día de hoy no ha tenido más remedio que dejarse papada para no perder tiempo contratando cocineros que cuiden su dieta. Así es el viejo Georgie, un megalómano obsesionado con su obra magna, alguien con dinero infinito que vive encerrado en algún rincón del rancho Skywalker disfrutando de
instalaciones galácticas capaces de hacerte prescindir del espacio y el tiempo. Un ser que se pasa los días escudriñando desde cuando habita en el reverso tenebroso de la fuerza hollywoodiense. Jodiendo guiones, despidiendo gente, recordando que lo mismo tenía hijos por los que no tiene que sufrir. Niños que como él, también son ricos, pero son libres. Es un sith renegado, alguien que siente la industria como un emperador maligno que le dicta quién puede ser, y quién no.


El viejo Georgie se ha autoimpuesto la placentera condena de revisar una y otra vez su creación. Replanteándose si hizo bien en vendérselo a Disney, escrutando si la verdadera riqueza está en sus arcas o en que un planeta entero viva pendiente de algo que se le ha ocurrido a él. Un chaval con imaginación al que el tiempo ha convertido en una suerte de Howard Hughes edulcorado que no puede dejar de contemplar como sus grandes ideales flotan en la deriva del éxito, se entiende la consecuencia, pero no la causa, ser vilipendiado por aquellos que te encumbraron trastoca a cualquiera.  Pero eso no explica que la realidad de alguien inspirado por Kurosawa, Joseph Campbell, Leni Riefenstahl, las novelas de caballería, Spielberg, Scorsese, Coppola, de Palma y tantas otras influencias sagradas sobre las que ha construido su imperio, se empeñe en mantener con vida un genio juvenil que hace mucho tiempo se retiro a algún lugar muy lejano. Pero finalmente ha ocurrido, George se ha dado cuenta de que lleva tanto tiempo jugando a ser dios, que su antiguo rancho mágico es cada día un poco más ‘Rosebud’.

Él se lo buscó, después de la primera entrega tuvimos que esperar 6 años a que Darth Vader se quitase la máscara, luego otros 16 para que nos anunciara  que se la iba de poner de nuevo… otros 6 añazos para ver cómo aquello sucedía, y al final, aunque la última entrega que dirigió nos entretuvo a ratos, cada estreno de la saga desde ‘El imperio contraataca’ ha sido un sinvivir. Nos ha tenido a todos a la espera en una sala llena de Troopers aburridos que ha generado más ansiedad que ilusión. Vislumbrando imágenes que más o menos éramos capaces de imaginar, y estropeando un 'poquito' cada vez todas aquellas que ya conocíamos. Algo que como todo lo que uno se imagina más tiempo de la cuenta: nos dejó ‘desaboríos’. No se puede arrastrar una deuda así con legiones de fans, cualquier cosa iba a estar condicionada por su ego herido. Y así sucedió, Georgie no vió salida. Tuvo que vender, y sus criaturas se lo han agradecido.

 A día de hoy casi todos hemos visto el ‘Episodio VII’, se sabe que ha gustado, aunque nos cueste hablar de ello. Es difícil pronunciarse cuando algo te recuerda a otra cosa, y mucho más si durante los últimos meses ese recuerdo ha generado una fiebre social capaz de desplazar al fútbol, las navidades y cualquier otro estreno que se precie. Al final es sólo una película, pero después de tanto tiempo hablando de ir a verla nadie sabe muy bien como responder al salir del cine. Dudamos de muchas partes, pero damos gracias. Es una peli sin complejos deudora tan sólo de aquello a lo que debe rendir pleitesía, una pieza heredera de una obra imprescindible para la historia del cine, que no le debe cuentas más que a su propio imaginario, a su mitología, a su ornamento de folletín, a la aventura, a lo viejo, a lo nuevo, al viaje del héroe y al chavalin que llevamos dentro, (o de la mano) al entrar al cine.
JJ Abrams ha demostrado que por mucho que se empeñen en convencernos de lo contrario, un ‘después’ siempre será más sugerente que un antes. Coger un testigo es una responsabilidad mucho más dura que atar cabos, si se hace mal puede sumir en el olvido al blockbuster más consolidado,
hacer que se pierdan los valores que lo hicieron grande, inculcarnos erróneamente que aquello no era
'A ver si lo apañas'
para tanto. Pero si se hace bien plantea nuevas bases, renueva la mitología, ensancha el alma, y genera debates constructivos que revalorizan la fórmula. JJ no ha hecho nada mejor que la trilogía clásica, e incluso puede que se haya quedado a la altura del Episodio III, (que no lo ocultemos, más: ha de tener un lugar de honor en el total de la saga). 

La peli goza de una frescura mucho mayor que la de las precuelas, provoca buenas sensaciones, genera nostalgia (no nos engañemos: es lo que buscábamos la mayoría), y demuestra que el secreto para que una buena fórmula siga con vida, no es otro que el de mantenerla exactamente igual. Abrams es un fan que ha cumplido para los suyos, un hacedor que ha dejado todo en la dirección adecuada.
Las continuaciones prometen. Podemos descansar tranquilos mis queridos Warsies, estamos en buenas manos, George Lucas puede abandonar la butaca y dormir por una vez en su cama. También puede contratar un cocinero y darse a la bebida tranquilamente, nunca es tarde.No te preocupes por nada Georgie. El mundo se ocupa de todo. Deja la fuerza tranquila un rato.
¡Que alivio tú!

lunes, 16 de marzo de 2015

Creatures Club



Ulular… ulular… luuuuuu… laaar.

Quien sea capaz de seguir ululando mientras lee ¡que siga!, quien no…. Que se centre ya de una vez.

Dedicar lo que dura un susto a evocar al gobernante reptiliano de ‘Conan el Bárbaro’, los mordiscos que pegaban los Critters, la ardiente y perturbadora sexualidad del Pato Howard, los gritos de Sloth… ¿Qué os provocan? ¿Qué pasa cuando Gollum alienta nuestro cogote en busca de respuestas? ¿Eres capaz de sostener la mirada a G'mork mejor que Atreyu? ¿Qué hay en aquel huevo abandonado y mohoso del fondo? No te acojones. Es sólo un juego.
Este artículo es para todos aquellos que disfrutan de ese vértigo ‘nerd’ que nos hace sentir la vida como criaturas que somos… y temen a otras. No nos creamos más que los humanoides, los monstruos, los gigantes, los robots, los reptiles, los Aliens, o Pierce Brosnan, las crías humanas también tienen extremidades difíciles de aceptar. No somos de látex, pero sí somos criaturas… y damos miedo.

Elegir vuestro propio génesis freak con el viaje a través del miedo que propone la Bomba Atónita esta semana. Nuestros analistas han trabajado noche y noche, para que cada cual pueda dar con el origen de su asombro.

Comencemos nuestro recorrido hacia la atonización primigenia del ser en los setenta, cuando Carrie sufría su menstruación en silencio, los padres de Damien creían en el poder de una buena educación, en la habitación de Reagan había calefacción y Jamie Lee Curtis compartía peluquero con Farrah Fawcett . A estos personajes les unía un aire malsano que sinuosamente iba arruinando sus mundos. Sus existencias en si mismas eran entrañables, se planteaban un futuro de lo más optimista, pero por causas ajenas, les tocó una vida horrible. Más o menos como la que supuso la crisis en España para los nacidos en los ochenta, pero con elementos aún más sobrenaturales.
En el 79, todo este ambiente cargado que venía arrastrando la década, alcanzó su cúspide cuando la Nostromo se vio invadida por una de las criaturas angulares del terror mundial: el Xenomorfo, y tras él, la invasión de caracterizaciones, alambres, y chorretones que todos los treintañeros con exoesqueleto de metal aún recordamos.

Así fue como comenzó la era dorada de las carátulas. Habrá división de opiniones sobre la calidad del cine fantástico de por aquel entonces, pero nadie puede dudar de toda la diversión que la oscuridad era capaz de emanar. Las criaturas siempre sonreían cómplices a su público. Ya sea saliendo de un váter, asomándose por una puerta o comiéndose a un niño, algo había en ellas que nos incitaba a acercarnos. En ocasiones, ni siquiera nos hacía falta ver la película, una caja gorda de plástico con una buena carátula ya nos tenía cachondos todo el día. Sonreír temblando era una práctica común entre los niños de la época, aunque por la noche las pesadillas fueran negras como el sobaco de un Ghoulie. 


 En los ochenta, ni los vampiros guaperas eran capaces de resistirse a una transformación como dios manda, la fantasía vivía en una orgía continua, y hasta los traumas existenciales de ‘D.A.R.Y.L’ o el niño de ‘El Vuelo del Navegante’ estimulaban nuestro espíritu aventurero, construir una nave en el sótano era algo al alcance de cualquiera, ni siquiera recuerdo porque coño no acabe la mía.

¡Sácame de los 90 por favor!
En los 90 todo era más desgarrador, y más porque sí. Al cine de terror le faltaban razones de ser, nadie sabía dónde meterse, como pasó con la música, había muchas ganas de hacer ruido, destrozando todo lo que se pillará por medio. Las suplantaciones de identidad, los cuchillos y otras historias de dudosa reputación Slasher estaban a la orden del día. Desde ‘Scream’, a ‘La mano que mece la cuna’, había porquería de sobra para saber lo que hicisteis en la última película… y lo que haríais en la siguiente.
‘Misery’ y ‘El Sexto Sentido’ supusieron dos soplos de aire fresco en este despropósito noventero, que optó por la mala uva gratuita y las frustraciones de perturbados poco carismáticos como excusa sangrienta para hacer caja.

Al final, salvando la cantidad ingente de remakes y homenajes que estaban por asolar nuestras retinas, ‘La Bruja de Blair’ abrió la veda a una pulsión cinematográfica que aprieta pero no ahoga ‘La autoreferencia’, una nueva manera de volver original un discurso muuuy manido, que tras infinitas evoluciones, toco techo con ‘La Cabaña en el Bosque’, un ejemplo claro de que el cine fantástico entretiene mucho cuando deja de tomarse en serio a sí mismo.

Las franquicias de criaturas se perdieron en algún punto entre Freddy y Jason, la despersonalización Zombie, y los vampiros sin alma se volvieron legión. Asistimos a la maraña psicológica de películas japonesas, y pasillos largos (nunca tanto como los de ‘El resplandor’), para arramplar en las películas de cuevas y el recordatorio de que si hay que temer algo, sin duda es a lo humano.

En los diez, o como queráis llamar a esta década extraña y presente que nos contiene, se ha puesto de moda una forma de atonización diferente, a la que denominaremos "Terror Febril". ‘Mártires’, ‘Déjame entrar’ o ‘Anticristo’, fueron grandes pilares a los que agarrarse para entender como la muerte como sentimiento estético y la violencia psicológica como forma de vida se han erguido hoy en día como el santo y seña de la oscuridad. Actualmente, lo fantástico juega con el asombro de las náuseas que provocan la fría exquisitez de ‘Hannibal’, o las espeluznantes paradojas tecnológicas de ‘Black Mirror’. El terror está al alcance de cualquiera tanto en universos hipotéticos como en la casa de enfrente, es difícil de reconocer, pero hay mucho miedo a uno mismo, por eso yo me he apuntado a yoga.

¿A que se va a apuntar usted?